Pestañas

23 marzo, 2008

Pascua de Resurrección

Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles 10, 34a. 37-43

En aquellos días, Pedro tomó la palabra y dijo: - «Conocéis lo que sucedió en el país de los judíos, cuando Juan predicaba el bautismo, aunque la cosa empezó en Galilea. Me refiero a Jesús de Nazaret, ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo, que pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él. Nosotros somos testigos de todo lo que hizo en Judea y en Jerusalén. Lo mataron colgándolo de un madero. Pero Dios lo resucitó al tercer día y nos lo hizo ver, no a todo el pueblo, sino a los testigos que él había designado: a nosotros, que hemos comido y bebido con él después de su resurrección. Nos encargó predicar al pueblo, dando solemne testimonio de que Dios lo ha nombrado juez de vivos y muertos. El testimonio de los profetas es unánime: que los que creen en él reciben, por su nombre, el perdón de los pecados.»

13 marzo, 2008

El niño con el pijama de rayas

Después de leer sobre Nueva York me encontré con ’El niño con el pijama de rayas’ (Editorial Salamandra), del escritor irlandés John Boyne (1970), el libro que regalamos a Cristina cuando cumplió 14 años en Noviembre pasado. Un cuento previsible con los elementos de un cuento (un niño inocente, la falsa felicidad, el peligro acechando) y un fondo histórico terrible apenas insinuado. Está muy bien escrito y es una buena oportunidad para que los que no leen, jóvenes y mayores, se animen a leer.

Muchas ciudades

Acabé ‘Nueva York, el deseo y la quimera’ con la sensación de que Nueva York sea una ciudad inabarcable, pero también con la convicción –y nunca he pisado sus calles- de que hay tantos Nueva York como visitantes o personas que viven allí. Y que tiene un imán que la hace deseable para vivir.

Alfonso Armada, que hace un esfuerzo sobrehumano por escribir este libro –“a medida que escribo siento el deseo de dejarlo todo y salir a la calle”- escribe que “aunque es una ciudad simbólica sobre la que se proyectan sueños y deseos acaso como en ninguna otra, está habitada, es real, y de su realidad parte también su capacidad emblemática, para convertirse en ciudad que otros han convertido en algo distinto de lo que en realidad es, aunque lo difícil sea descubrir qué es exactamente, en qué medida atiende a toda la serie de descripciones que se han hecho de ella, en qué medida son ajustados o ciertos los epítetos, y esa casi certeza de que es, más que una ciudad, muchas ciudades, todos los lugares y al mismo tiempo ningún lugar, capital y periferia”.

En otro momento del libro escribe también que “si Nueva York es hiperfamosa (ciudad/país de superlativos, que pierden gas o cobran fundamento en cuanto son lanzados al campo semántico de la realidad) y todo el mundo parece querer estar aquí: todo el mundo que sueña con sacar la cabeza por encima del resto del mundo y muchos que simplemente quieren sacar la cabeza del fango para respirar. Otra de sus falsas premisas que puede resultar cierta: inocula una adicción. Pero compartir ese sentimiento se ha vuelto un objetivo demasiado costoso. No hay por qué compartir ese sentimiento, sentir lo mismo”.

02 marzo, 2008

Morada de luz

No transito la poesía, pero me gustaría hacerlo. Dejarme seducir por esa otra partitura que también está compuesta por palabras, que golpea el interior con otras armas distintas a las que utiliza el relato o la novela. Pero no es fácil. No sabría por dónde empezar. Sin embargo, me he encontrado este poema de Antonio Colinas (La Bañeza, León, 1946) que, sin esperarlo, me ha golpeado. Pertenece a su libro de próxima publicación “La ofrenda silenciosa”, como leo en ABCD las Artes y las Letras. Puede que lo compre y que lo lea. Puede ser una buena introducción a la poesía.

Morada de Luz

El hosco cielo va rodando arriba
y amenaza sobre los montes negros.

Al fin será esta casa mi morada.
y hasta lo que es más duro en ella (el muro
de piedra tan rotundo),
dormirá sosegado en mi pupila.
En esta casa el tiempo es la ternura
y siempre callo hasta que sea el silencio
lo que discurra dentro de mis venas.

En mi morada no hay días ni noches.
Mi morada es mi día y es mi noche
Cada mínima estancia es azotea.
Floto en su soledad, bebo en su sombra;
si asciendo a los desvanes de la luz
desciendo hasta un saber que ya no sabe.
La casa, en quietud, está girando
-planetario de amor-
en torno del remanso de los cuerpos.
En ella voy, sin ir, a cada sitio
y a sus goces regreso sin marcharme.
Todo cuanto busqué, aquí lo encuentro.

Esta morada es mundo sin el mundo.
En ella suena música que arrastra hacia el sin fin,
marea en la que voy
y vengo (¡mas tan quieto!)
recibiendo respuestas sin palabras
a preguntas que no mueven mis labios.
Y siento que tú estás aquí, aunque no estés,
y que yo estoy en ti, aunque no estoy.
Centro donde te veo al fin ¡tan cierta!;
centro donde, por fin, no estando tú,
en plenitud estás para salvarme.

Al fin el corazón ya ha retornado
a escucharse a sí mismo.
¡Qué dulzura este ir cerrándose a todo
para poder abrirse y comprenderlo todo:
nada hermosa que llega acariciando
mi piel para acallarme,
para acallarme aún más, y serenarme!
Morada del amor, con sus anillos
de silencio que silban, mas no ahogan,
porque la sangre de los nuestros ya
no está para dolernos.
(La sangre de los nuestros ahora es sólo
la luz de cobre que está ardiendo lenta
en torno de la copa del ciprés).

¡Morada en la marea de la vida,
marea en la morada de la luz!

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