Pestañas

24 mayo, 2008

Muerte en Persia

Y tras de Nueva York y Estambul, no otra ciudad pero sí otro país, Persia, el Irán actual, "Muerte en Persia" (Edit. Minúscula, Barcelona 2003) es un librito escrito en primera persona por Annemarie Schwarzenbach. Thomas Mann, padre de los amigos de Annemarie (Erika y Klaus Mann), le llamaba 'angel devastado' y es aquí, en este "diario impersonal" como ella misma lo define, donde mejor se entiende el apelativo: "En efecto, -escribe Schwarzenbach ya en la primera página- de errancias trata este libro, y su tema es la ausencia de esperanza"."... Lo que aquí se cuenta es, sencillamente, el caso de un ser humano que ha llegado al límite de sus fuerzas...". Merece la pena leer "Ella, tan amada", la magnífica biografía novelada que sobre Annemarie Schwarzenbach ha escrito la autora italiana Melania G. Mazzucco.

Libro de viajes, diario, historia de amor, apunte biográfico, "Muerte en Persia" es todo al mismo tiempo, un cuaderno atravesado por la autenticidad de una muchacha de 28 años y vida andariega motivada, entre otras razones como la propia autora reconoce, por el hastío de la Europa de los años 30 y de la civilización en general, y por sus ansias de aventura y conocimiento, aunque "en ninguna parte se mencionen de forma inequívoca los motivos por los que un ser humano se deja arrastrar hasta Persia, país lejano y exótico, para sucumbir allí a innominadas tentaciones".

"Arrancados de nuestra esfera, de nuestros consuelos habituales -un rostro que respira, un corazón que palpita, parajes plácidos y cambiantes-, no tenemos más remedio que entregarnos a los grandes vientos de las alturas que hacen trizas nuestras últimas esperanzas. ¿Hacia dónde orientarse entonces? En derredor nuestro sólo hay desnudez, graderías rocosas teñidas de gris basáltico, desiertos amarillos como la cara de un leproso, inertes valles lunares, arroyos de creta y ríos de plata con peces muertos flotando a la deriva. ¿Hacia dónde orientarse, pues? ¡Oh desconcierto, ala entumecida del alma! Allí, ni siquiera la sucesión del día y de la noche traspasa el umbral de nuestra conciencia, a pesar de que el día es radiante y huérfano de sombra y los fríos astros alumbran la noche".

"Estirado sobre el catre, uno soñaba con caminos de futuro que serpenteaban por llanuras desconocidas, proyectándose hacia las montañas de las esperanzas. Uno yacía ahí, lleno de fe, agitado por la añoranza que, esbelta como las blancas columnas del exterior, se proyectaba hacia las alturas donde la alegría
se unía a la tristeza. Podía soportarse con una sonrisa".

20 mayo, 2008

Estambul

Retorno a la senda de la lectura, curiosamente otra vez con un título sobre otra ciudad (de Nueva York a Estambul), con "Estambul (Ciudad y recuerdos)" -Mondadori, Barcelona 2006- del escritor turco Orham Pamuk. Tenía ganas de leer al Premio Nobel de 2004 confieso que por su condición de escritor oriental y, precisamente, por conocer algo más sobre una ciudad y un país que desde hace algún tiempo tienen un extraño atractivo para mí.
Y el resultado ha sido muy positivo sobre todo para seguir descubriendo al escritor (apenas conozco de pasada algunos de los argumentos de sus novelas que merecen detenerse en ellas, 'Me llamo rojo' o 'Nieve' por ejemplo) y, desde luego, a esa ciudad llena de historia que ya conocí a través de Sir Esteven Runciman y 'La caída de Constantinopla, 1453'.


"Yo me pasé la infancia sintiendo que no vivía en una metrópoli internacional, sino en un enorme pueblo pobre".
A propósito de la historia de la ciudad, Pamuk hace una reflexión muy simple pero muy reveladora: "Observando cómo llamamos a algunos acontecimientos, podemos deducir en qué lugar del mundo nos encontramos, si en Oriente o en Occidente. Lo que ocurrió el 29 de mayo de 1453 para los occidentales es "la caída de Constantinopla" y para los orientales "la conquista de Estambul". En suma: "caída" o "conquista".

Y sobre los tiempos de esplendor de aquella época, Pamuk señala que "cuando el Imperio otomano se hundió y desapareció y la República de Turquía, indecisa sobre lo que era su esencia, no supo ver sino su caracter turco y se apartó del resto del mundo, Estambul perdió sus viejos días de victoria, ostentación y diversidad de lenguas y todo comenzó a envejecer lentamente allí donde estaba y a desplomarse, y Estambul se transformó en un lugar vacío, en blanco y negro, con una sola voz y una única lengua".

En otro momento escribe que "el que Estambul esté dividida entre la cultura tradicional y la occidental, y entre una minoría inmensamente rica y los suburbios, donde viven millones de pobres, y el que permanezca constantemente abierta a una inmigración permanente, ha provocado que en los últimos ciento cincuenta años nadie sienta la ciudad como su verdadero hogar". "Yo me pasé la infancia -afirma Pamuk en otro momento- sintiendo que no vivía en una metrópoli internacional, sino en un enorme pueblo pobre".

Y sin embargo, 'Estambul' no es un libro sobre la historia de la ciudad, sino sobre la ciudad misma a los ojos de un Pamuk niño y joven que ordena sus recuerdos sobre sus calles oscuras, los barcos sobre el Bósforo, las casas de madera, las fotografías, la lluvia, los juegos infantiles, sus lecturas, la pintura, el primer amor y su propia conciencia de ser un "animal herido y moribundo". "¿Por qué en esos momentos de desdicha, furia y tristeza me gustaba imaginarme que pasearía a medianoche por las calles de la ciudad? ¿Por qué amaba no los paisajes de Estambul que les gustan a los turistas y que se imprimen en las postales, todo sol y rosas, sino los callejones sombríos, las tardes, las frías noches de invierno, la gente medio en penumbra que apenas se aprecia bajo la pálida luz de las farolas y las imágenes de las calles adoquinadas que ya iba olvidando todo el mundo y la soledad de la ciudad?".

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